Habían colocado el cadáver dentro del ataúd y el ataúd en mitad de la habitación. Tu abuelo, con las manos unidas sobre el pecho y un pañuelo alrededor de la cara sujetándole la mandíbula, parecía dormir apaciblemente.
Los sufrimientos de los últimos días lo habían demacrado, su pelo negro y brillante del que tan orgulloso estaba, se había puesto blanco.
La tensión de sus rasgos se había esfumado, las canas le daban un aire de beatitud, la lividez de la piel resaltaba lo evidente.
Vosotras estabais sentadas a su vera: tu abuela, tu tía, tu madre, tu hermana y tú. Tu tío andaba por allí lloriqueando porque la muerte de su padre le había afectado sobremanera.
Chocaba ver al engreído y autoritario de tu tío sonándose los mocos a menudo, con los ojos hinchados y rojizos, hablando con un hilo de voz.
A él le gustaba alardear de falta de sentimientos para reforzar su imagen de hombre duro y de vuelta de todo. Una actitud diferente la consideraba una merma de su masculinidad.
Afligidas, esperabais el momento en que os desharíais en lágrimas, en que os levantaríais temblorosas, traspasadas de dolor.
XXIV
A la muerte de tu abuelo siguió un luto riguroso. La puerta y las ventanas de tu casa se cerraron al mundo y quedasteis enclaustradas.
Se impuso un nuevo ritmo de vida donde no eran posibles las escapadas, a las que tanta afición les tenías. De esa época data el alejamiento de tus amistades.
Ignoro si te adaptaste bien o mal. En cualquier caso nunca manifestaste desacuerdo ni disgusto. Si al principio tuviste que luchar contigo misma, es algo que yace en el olvido.
Por otro lado, hay que tener en cuenta que no destacabas por tu ingenio ni por otras cualidades que hiciesen de ti una compañía apreciada. Ocurría más bien lo contrario.
Siempre fuiste un poco pava. Pertenecías a la clase de niñas que se enganchan del brazo de otra y pasan todo el rato riendo sin motivo y diciendo bobadas. Por esa actitud fuiste blanco de bromas y te bautizaron con diversos motes en los que se combinaban la penetración psicológica, el humor y la crueldad, siendo “la Tonta” el que gozó de más aceptación.
De tu paso por la escuela y de tu adolescencia sobrenadan algunas anécdotas que rememoras en las contadas ocasiones en que te encuentras con una compañera de entonces.
“¿Te acuerdas de…?” Y habláis de la maestra baja y gruesa, entrada en años, que os tiraba la regla cuando se encolerizaba. “La pobre se ponía histérica” “Pero es que no nos callábamos” “Gritaba como una loca” “Decía que no éramos niñas sino cafres” “Al pasar despedía cierto tufillo” “Y nos obligaba a ir a misa todos los domingos y fiestas de guardar” “Cuando llegaban los primeros calores, se ponía colorada y no paraba de abanicarse” “¿Qué ha sido de ella?” “Nos castigaba de cara a la pared” “Por la tarde echaba una siestecita” “Cuando llegaba el mes de María, nos mandaba traer flores para adornar el altar que montaba en la clase”.
Tu tío afirmaba que no te gustaba la escuela, que no servías para los estudios, que eras corta de entendederas. A lo mejor lo decía solamente por meterse contigo, por satisfacer esa manía suya de hacer chistes a costa de los demás.
Tú no eras una lumbrera, pero tampoco un tarugo. Eras normal.
Aun siendo sosa, no dejabas de captar la poesía de los días lluviosos en los que, sorteando charcos, llegabas jadeante y feliz al colegio. Ni dejabas de saborear el placer de la libertad cuando salías por la tarde después de dos horas de no hacer nada, pero en las que había que guardar la compostura so pena de que la regla voladora se estrellase en tu cabeza.
Tumultuosas estampidas y gritos de júbilo coronaban la jornada escolar. Una vez fuera del recinto, arrojabais las carteras en la acera y os poníais a jugar al tejo, a los cromos, a lo que fuese, olvidadas del mundo, disfrutando plenamente de ese periodo de tiempo comprendido entre la salida y la vuelta a casa.
La libertad se podía tocar con las manos. No era un concepto abstracto. Era un hecho real. Libertad era vivir esos minutos absorbidas en dar al tejo el impulso justo.
Perfecta expresión de la vivencia de momentos eternos en la infancia.
Gracias, José Luis, por tus amables palabras. Que tengas un buen día.
Lo describes divinamente, como si fueran las vivencias tuyas . Y yo leyendo me acuerdo de las mías , de la infancia.El capitulo es muy bueno. Un abrazo.
Las vivencias de la infancia de unos y otros, independientemente del sexo, son similares. Los momentos eternos de esa primera etapa -esa paradoja: momentos eternos, como ha escrito José Luis en su comentario- ¿no son los mismos, aunque sus concreciones sean diferentes, para todo el mundo? ¿No es por eso que tú los has rememorado al leer este capítulo? Gracias, Tatiana. Un abrazo.
Es verdad, eso es libertad y se puede tocar y sentir.
Qué buen texto has escrito. La descripción de la profesora es genial.
No me gusta que se llame tonto o corto a ningún niño. Ella no lo era si sabía disfrutar de esos días de lluvia. Seguro que el tío ni se enteraba.
Gracias, Paloma. En aquella época no se decía profesora sino maestra. Era maestra de primaria. Una maestra de antes de la EGB. En la escuela no se andaban con contemplaciones. Los niños tampoco. El maltrato (lo que designamos en la actualidad con el nombre impronunciable y tan feo de «bullying») ha existido siempre. Ahora tiende a camuflarse, entonces se practicaba con brutalidad. En cuanto al tío, era un bodoque representativo de un amplio sector social.
Yo me quedo con la descripción del tío. Lo defines perfectamente de un justo brochazo. Más saludos.
El tío es un personaje característico de aquella época. En el relato ocupa por derecho de pernada, perdón, por derecho propio, un lugar importante.