315.-Ambientada en la Edad Media, la serie “Vikingos” es una reconstrucción histórica centrada en el personaje semilegendario de Ragnar Lodbrok. Y es también una muestra de la tan en boga filosofía de la intensidad cuyos valores y propuestas afloran por doquier.
Son numerosos los pasajes, aunque no proliferen tanto como en otras series que prácticamente son una ilustración de la nueva “Weltanschauung”, en los que el didactismo ideológico brilla con luz propia.
Es paradigmática la conversación que mantienen Ragnar Lodbrok y el rey Ecbert, en la que los dos se despachan a su gusto. Ragnar se revela como un consumado Maquiavelo nórdico que, con la excusa del bienestar de su pueblo, actúa movido por el ansia de poder, al igual que su interlocutor. En ese aspecto no se diferencian en nada.
Ragnar aprovecha la ocasión para quitarse todas las caretas. Es un ateo de tomo y lomo. A él los dioses, desde el padre de todos ellos, Odín, a Thor, el señor del trueno, sin salvar a uno solo de lo que componen el nutrido panteón escandinavo, se la refanfinflan. Si él se presta al juego, es por conveniencia, porque son las cartas con las que hay que jugar. Pero este racionalista del siglo VIII es muy consciente de que la religión no es más que un montaje.
El rey Ecbert es más discreto. Él reza y asiste a las ceremonias religiosas en las que participa respetuosamente. El sajón no hace gala del mismo descreimiento a machamartillo, pero en ningún momento contradice al otro porque, en el fondo, comparte la opinión de Ragnar. La religión es un cuento. O bien, desde un punto de vista realista, otro instrumento de poder.
Por obtener y conservar el poder ambos se conducen como hermanos gemelos. A ninguno le tiembla la mano cuando tiene que descargar un golpe mortal. Traiciones, infidelidades, mentiras, crímenes son la moneda corriente de las transacciones políticas. Lo cual no quita que uno y otro tengan sentimientos y los muestren. Una de las características de la filosofía de la intensidad es que el hombre exhiba sus emociones, que llore, que abra su corazón en un momento dado. Ragnar y Ecbert soportan estoicamente los embates de la soledad y de la incomprensión anejas al ansiado cargo regio.
Unas veces explícita y otras implícitamente los dos monarcas coinciden en casi todo, tanto desde el punto de vista teórico como práctico. Comparten el convencimiento de que la única realidad es el poder. Socialmente hablando no hay otra. Si tienes el poder, el resto viene por añadidura.
Saben también que la fea cara del ordeno y mando hay que maquillarla para que no asuste demasiado. Es decir, su ejercicio, salvo en el caso del despotismo absoluto, requiere coartadas. En este campo el rey Ecbert, más diplomático que su homólogo nórdico, sabe hilar más fino. Tiene claro que “potestas et imperium” hay que asociarlos a planteamientos filantrópicos.
El poder es un impulso primario. En la serie se traduce en continuos ajustes de cuentas que constituyen una de las líneas argumentales. Una máxima vikinga podría ser: “El que la hace la paga”, si es con creces mejor.
También la podría ser de los sajones, pero los hijos de Odín conjugan el verbo matar en todas sus variantes y con toda crueldad. La serie ejemplifica bien el adjetivo “bárbaro”. Dedicados en los meses veraniegos al exterminio y al pillaje, los vikingos se convirtieron en una plaga.
Verdad es que a la hora de clavar el puñal no distinguían entre propios y extraños. Igual caía el novio, el hermano, la princesa Aslaug o todos los habitantes de Algeciras. Lagherta, que no perdonaba una, aprovechaba las ocasiones estelares para dar más realce a sus venganzas.
La sangre derramada empapa los capítulos de esta serie. Ese fluido tan especial, como lo caracterizó Goethe, es el sello de la casa. Corre por los arroyos, salpica la cara de los guerreros, tiñe sus manos y su ropa. Las correrías marineras de los vikingos son una exaltación de ese atavismo que se complace en la muerte. Las escabechinas que organizan son un fin en sí mismas, una celebración orgiástica.
Me han hablado mucho de ella, la tendré que ver.
Gracias por todo lo que compartes Antonio!!
Gracias a ti por leer y comentar. La serie «Vikingos» está bien hecha, atrapa al espectador. En esta anotación y en las dos siguientes, que publicaré el martes y el miércoles, me centro en la crítica de los contenidos. Feliz semana.
No la he visto pero por lo que cuentas no sé si me gustaría. Dejé de ver » Juego de Tronos» porque cortaban demasiadas cabezas y porque esas luchas por el poder me dejan indiferente.
Pero he oído decir que es muy buena serie.
Buena semana, Antonio.
Yo también dejé de ver «Juego de tronos», una serie sobredimensionada, un tanto confusa y, a la postre, escasamente original. A mí me parece un auténtico fenómeno sociológico. La gente (incluidos miembros de mi familia) esperaba con ansia los nuevos capítulos. Eso sí, la puesta en escena, los paisajes, el vestuario eran deslumbrantes. Pero a mí eso no me basta.
«Vikingos» es diferente: se mata a destajo y con toda crueldad, se lucha por el poder sin tapujos, pero la serie está bien ambientada, los diálogos son inteligentes y el trabajo de los actores está a la altura.
Igual te deseo, Paloma.
Que vergüenza ! No he visto y ni siquiera tengo idea alguna de que se trata en la película «Juego de tronos». Supongo que soy la única tan atrasada jajajaja. Tampoco he visto la de cual es tu reseña , sin embargo hiciste una buena promoción …voy a verla. Un abrazo, Antonio.
A mi juicio no te has perdido gran cosa. Me refiero a la tan traída y llevada «Juego de tronos». «Vikingos» es diferente. Yo la recomendaría a condición de que antes se lea la crítica que hago de ella. Un abrazo.