317.-Volviendo a nuestro héroe nórdico, cuando es encerrado en la jaula, donde en todo momento conserva la compostura, y es conducido al lugar donde lo van a ajusticiar, Ragnar Lodbrok aprovecha esa última oportunidad para mostrarse como un consumado impostor.
Justamente encima del pozo de las serpientes, después de haber soportado un larguísimo calvario sin proferir una queja, como un auténtico vikingo, pronuncia su discurso postrero, el broche final que cierra sus días.
Quien no creía, ni cuando se sinceró con su homólogo sajón, ni ahora, en el Valhalla, donde se banquetea eternamente en el majestuoso salón de Odín, ni en valquirias ni en elfos ni en nornas, con voz tonante se dirige a la concurrencia antes de que abran la compuerta de la jaula.
Ante un público francamente impresionado, del que forma parte el rey Ecbert con hábito monástico, este machote escandinavo hace una estremecedora declaración de fe. Que sea de cara a la galería no le quita un ápice de dramatismo. Como buen político, Ragnar es un actor de primera.
Hasta el espectador, aun estando en antecedentes, es embrujado por esas vociferaciones a los cuatro vientos. Dentro de poco, afirma el condenado, las vírgenes rubias lo trasladarán al paraíso donde curarán sus heridas y le darán a beber el exquisito hidromiel de los dioses, el que está reservado a los guerreros muertos en combate…
El número que Ragnar Lodbrok monta en la jaula es de antología. El gran héroe se revela como un redomado tartufo, aunque dicho sea en descargo de esa figura semilegendaria, la falsedad que rezuma ese episodio se corresponde más con la posmodernidad, es decir, con los creadores de la serie, que con la alta Edad Media.
Esa puesta en escena es la última medida política del personaje. Con ella está matando dos pájaros de un tiro: amedrantar a los circunstantes y preparar la venganza de sus hijos. Ragnar sacará el mayor partido posible a su ejecución, que no será en vano.
Tras allanar el terreno a sus sucesores, este “showman” que no cree en el más allá, afrontará su destino valerosamente. Esta entereza y sus hazañas justifican su inclusión en las sagas.
En el fondo del pozo de las serpientes, acribillado a mordeduras, Ragnar Lodbrok compone una estampa digna de figurar en un martirologio. El lugar, además, ha sido sacralizado por este sacrificio humano y, como presiente el rey Ecbert, puede convertirse en un centro de peregrinaje.
Las series televisivas en general son de un didactismo que interfiere en el disfrute de las mismas, forzando a veces la retirada del espectador cansado de tanta moralina. La pedagogía es una tentación irresistible para quienes cortan el bacalao. Antes y ahora se ha practicado. En eso los tiempos apenas han cambiado. Antes el adoctrinamiento era fundamentalmente religioso y ahora es ideológico. El objetivo es el mismo y se sintetiza en la consigna “compórtate como es debido”.
«Como es debido» puede tener varios significados según quién lo pronuncie.
Voy a tener que ver Vikingos para poderte comentar como es debido.
Cada sociedad, cada época proponen o imponen un modelo (el caballeresco, el cortesano, el revolucionario, etc.). La posmodernidad no es una excepción. Estamos inmersos en ese proceso de «reeducación». Hay que ajustarse a unas pautas de comportamiento, so pena de que te cuelguen un sambenito.
Otra expresión al respecto, más anticuada pero igual de significativa, es «como Dios manda». En francés se diría «comme il faut».
Lejos de mí sentar cátedra. Sólo expongo mi punto de vista.
En «Vikingos» hay luchas encarnizadas por el poder y corre la sangre a raudales. Hecha esta salvedad, es posible que te guste esta recreación histórica. Pienso que es buena.