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El aire reconcentrado del Gran Maestro, su mirada fija en un punto indeterminado, sus manos de dedos nudosos que reposaban inmóviles, como dos animales fieles, sobre la mesa, imponían un respeto rayano en el temor.

Edu había respondido a sus preguntas referentes al robo de las camisas de lino. El muchacho reconoció que no denunció esos desaguisados por vergüenza, por un mal entendido espíritu de camaradería. Esta vez lo contó todo, incluido el intento de secuestro.

No era a Hemón a quien querían capturar sino a él, pero en vista de que, por circunstancias fortuitas, dijo Edu, no habían logrado su propósito, los malhechores cambiaron su plan.

“¿Quiénes son?”.

El muchacho respondió que no los había identificado porque tenían tiznado el rostro. Podía haber dado nombres, pero antes de hacer tal cosa quería hablar con Mako, quería presionarlo para que revelase dónde estaba Hemón. Edu temía que el peso de la justicia caería sobre los miembros de la banda con menos responsabilidad en las fechorías perpetradas mientras que el auténtico instigador, el cerebro, quedaría en un segundo término, incluso exculpado. Sus secuaces, debido al juramento de lealtad, lo encubrirían. Edu era consciente de la influencia que Roque ejercía sobre los otros. En algunos casos, como en el de Kim, podía hablarse de fascinación.

Cuando dispusiese de datos fidedignos sobre el paradero de su amigo, los comunicaría al Gran Maestro.

Este, tras un silencio que al muchacho se le antojó eterno, habló.

“El mal ha hecho su aparición en el castillo, como en otros tiempos. ¿Sabes lo que eso significa?” “No” “Significa que el Dragón ha despertado”.

Y prosiguió diciendo: “Crecen las malas hierbas. Por más que se arranquen una y otra vez, vuelven a nacer. Es una guerra perpetua que no permite descanso ni ofrece compensaciones. En cuanto te distraes, la grama se extiende por el sembrado. ¿Por qué ocurre eso?”.

El aprendiz ignoraba la razón.

“Porque el mal hunde sus raíces tan profundamente que es muy difícil acabar con él.

“Nuestra herramienta por antonomasia no es el puntero ni la tiza ni la pluma ni el papel ni el cayado, sino el azadón.

“Un azadón de mango largo y pala afilada con el que eliminar la maleza. No imaginabas que la tarea principal de un maestro fuese escardar, pero así es. Si la dejas libre, la grama lo invade todo, absorbiendo la vitalidad de las otras plantas, marchitándolas”.

Mortimer apenas podía contener su furia. Recordaba viejas historias. Sus rasgos se endurecieron. Sabía que el mal engendraba dolor y exigía para su erradicación penosos sacrificios.

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