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Posts Tagged ‘límites’

176.-Dice Emma: “Todos somos impostores en mayor o menor medida” “No estoy de acuerdo. El hecho de que haya un desfase entre nuestro pensamiento y nuestra acción no implica que seamos unos farsantes, sino que somos contradictorios o que carecemos de los recursos y de la habilidad para encarnar a ese hombrecito o a esa mujercita ideales que tenemos en la cabeza”.

“No me refiero a esa incapacidad” replica Emma, “me refiero a los dos mundos en que vivimos: el interno donde somos una persona y el externo donde somos otra” “Tener una vida secreta no nos convierte en impostores. Probablemente se trate de una necesidad. En cualquier caso, reunificar a esas dos personas, pasar de la escisión a la unidad, es una honrosa y heroica tarea”.

177.-En cuanto la vi, supe que no se hallaba en su mejor momento. Yo tenía planteado un dilema y quería saber su opinión para decidirme en un sentido o en otro.

Estaba poco comunicativa. Así que hablé yo y le expuse el problema que me acuciaba. Debía escoger entre dos opciones y no sabía cuál me convenía más. Ambas tenían ventajas e inconvenientes similares.

Había sopesado los pros y los contras sin lograr que la balanza se inclinara claramente a uno de los lados. Por el contrario, bailaba como si quisiera burlarse de mí.

Con lujo de detalles le referí a Emma mi conflicto. Ella me escuchaba un tanto distraída.

De broma le pregunté: “¿La cerveza no está lo bastante fría?” “Está en su punto justo” “¿Has oído lo que te he contado?” “Por supuesto” “¿Y qué partido debo tomar?” “Lo mismo da. Hagas lo que hagas te pesará”.

178.-Cuando estuve en París, me alojé en casa de un ex militar que participó en la guerra de Argelia. Era conservador pero votaba a Mitterrand porque tenía madera de “empereur”. Definía a Francia como la “soeur aînée”. Anticomunista y antiestadounidense a partes iguales, lo perdía la “grandeur”.

179.-Me recuerda Emma una acalorada conversación que tuvimos hace tiempo en uno de los bares que por entonces frecuentábamos. El tema fue la liberación desde el punto de vista social. Al final, poco menos, sobrevendría el paraíso.

Yo fui el más vehemente. Ella ha sido siempre más cauta o más práctica.

“Te aseguro que me impresionó tu apología” “Hoy tenemos claro que hay límites. Y que son necesarios. Este corolario cae por su propio peso, no hay que molestarse en demostrarlo. Incluso los “antilímites” los tienen. Ahora bien, quieren colocarlos donde a ellos les plazca o les convenga. No poner límites equivale a un suicidio colectivo”.

180.- Las cesiones y las concesiones son fundamentales en el buen rollo.

181.-Si existiera el premio Nobel de la demagogia, lo tendrían copado siempre los mismos.

 

 

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16.-En el campo literario y en otros (filosófico, psicológico-terapéutico…), al dar forma, al sistematizar nuestros pensamientos a menudo descubrimos su insustancialidad.
El medio más eficaz para desinflar el globo de nuestras ilusiones y autoengaños, para conocer las medidas reales de nuestras aptitudes, es la palabra. Se entiende la palabra escrita.
Escribir es una forma de saber cuáles son nuestros límites, no solamente expresivos sino intelectuales, emocionales, humanos. Cuando pensamos, divagamos. Hay una tendencia a no precisar, a dejar en el aire, incluso a falsear. Pero ahí está el bisturí de la palabra que corta, profundiza y saca a la luz un ratoncito, como en el famoso parto de los montes.
Ese magma interior que parece va a arrollarlo todo a su paso, puede quedar reducido a poca cosa, a nada, cuando se le aplica el estilete verbal. Esos temblores, humaredas y bramidos resultan no ser más que las bravatas de un volcán inofensivo, incapaz de una auténtica erupción.
Pero la palabra es un cuchillo de doble filo, un martillo de doble cabeza, el hacha de doble hoja que utilizaban las sacerdotisas cretenses en sus ceremonias. La palabra puede ir en dos direccionas contrarias, puede tener dos usos desconcertantes.
Por un lado, es un instrumento que sirve para desinflar egos y poner las cosas en su sitio. Para llamar al pan, pan y al vino, vino. Por otro, la palabra es un ente autónomo, que no está al servicio de nada ni de nadie.
La palabra desenmaraña, ordena, esclarece. Es una herramienta que nos permite mostrar los tesoros escondidos, que ciertamente existen y están a la espera de ser rescatados. Pero la palabra es también libre. No es utilizada sino que ella utiliza. No es sirviente sino ama. No es un cuchillo, un martillo o un hacha sino una flecha en busca de su diana. O un pájaro a cuyo lomo podemos subir para un viaje iniciático, para descubrir nuevas realidades o encontrar nuevos significados.
La palabra nos permite explorar nuestros límites y dispersar las tinieblas, pero también nos conduce a regiones ignoradas y nos desvela secretos que permanecerían ignorados si no aceptásemos ser el paje de esta dama y recorrer con ella el espacio y el tiempo, y surcar los cielos en su compañía.

 

 

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Querido Daniel

Sé que lo estás pasando mal después de tu divorcio y de la separación de tus hijos. Esta carta no tiene por objeto consolarte. Ahora mismo, en tus circunstancias, eso es difícil.
Quiero hablar de otro asunto. Porque algunos han escalado el Mont Blanc o cruzado a nado el canal de la Mancha, según se jactan, piensan que otros pueden hacer otro tanto entrenándose y poniendo empeño. Pero eso dista de ser verdad.
Si ellos han realizado esas proezas, felicitémoslos. Y a continuación olvidémonos de esos Indiana Jones y pongamos los pies en la tierra.
La mayoría de los seres humanos no es capaz de realizar esas heroicidades. Precisamente por su condición de “humanos”.
La necesidad que tenemos de los demás es otra consecuencia de esa condición.
Lo anterior implica la aceptación de fronteras cuyo trazado preciso es siempre problemático.
Hay límites que deben respetarse. Y tú, habiéndolos sobrepasado ampliamente, vagas por una tierra donde no te hallas a ti mismo. Estás sufriendo los mortíferos efectos de una sobreadaptación.
Hay precios que no deben pagarse. No voy a afirmar que por todo se paga en esta vida, pero pocas cosas salen gratis. La cuestión radica en saber si el importe es abusivo. En tu caso lo ha sido. Has gastado demasiado tiempo y demasiada energía inútilmente. El principio de realidad exige esa inversión. Otro capítulo es la cuantía. De insensatos es quedarse a ruche.
Sólo los santos lo dan todo, pero nosotros somos seres comunes sin aspiraciones celestiales ni montañeras.
Es necesario, pues, tomar precauciones, máxime cuando, por un exceso de sensibilidad, se está más expuesto a dilapidar su fortuna.
En este caso perder significa perderse. No saber quién es uno ni hacia dónde va. Si se ha caído en este vacío, la ayuda exterior es imperativa. Habrá quien rechace esta conclusión, sobre todo los alpinistas. Pero la naturaleza humana se caracteriza por su debilidad esencial aunque algunos se crean superhombres.
Cuando se ha ido demasiado lejos, se necesita una ayuda exterior para volver. Se necesita un guía, un acompañante, un experto.
Los amigos no sirven porque están situados a un nivel de igualdad. Hace falta alguien ajeno. Alguien que, situado a cierta altura, pueda tenderte una mano para ayudarte a salir del hoyo. Alguien que disponga de perspectiva.
Tal vez la imagen del hoyo no sea afortunada y habría que sustituirla por la de una trampa, por la de un cepo que aprisiona manos y pies.
No te dejes influir por los que piensan que es humillante ponerse en manos de otro, pedir ayuda, porque no lo es en absoluto.
Espero que la encuentres en forma de psiquiatra, psicólogo, psicoanalista, sacerdote, consejero o filósofo y logres reencauzar tu vida. Un abrazo.

 

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