El profundo barranco estaba formado por dos laderas abruptas, una de las cuales se angulaba por ambos extremos. Visto desde arriba, este vasto hoyo parecía una mina a cielo abierto o la boca de un pozo descomunal.
Encajonado entre rocas desprendidas de las pendientes, corría un arroyo cuyo caudal iba en aumento. En el barranco, donde entraba con dificultad, se convertía en un pavoroso hervidero a causa de la estrechez y los bloques de piedra. En este tramo el arroyo crecido se transformaba en rabión.
Una vez ganada la salida, la impetuosa corriente se aquietaba y no infundía ese temor reverencial que inspiraba su paso por el despeñadero.
Durante la época seca, este lugar no era más que una hondonada donde se amontonaban los berruecos sobre los que tomaban el sol las lagartijas. Un recinto inhóspito donde apenas subsistían vestigios de humedad. En contraposición a esta imagen de inocuidad, la que ahora presentaba, entre mugidos y borbotones de espuma, era sobrecogedora.
Las laderas del barranco estaban casi desprovistas de vegetación. Tan sólo matas dispersas de jara y aulaga y algunos chaparros esmirriados habían logrado enraizar en ese terreno escarpado y pobre.
El Mercedes cayó de lado. Tras estrellarse, dio varias vueltas hasta quedar detenido por un peñasco. Al poco tiempo empezó a girar suavemente, como si alguien lo estuviera empujando con delicadeza, y siguió rodando hasta abajo donde chocó contra las rocas, inmovilizándose definitivamente.
El coche quedó volcado de la parte del conductor. Yo estaba conmocionado pero no había perdido el conocimiento. Aunque no las veía, cerca de mí sentía las aguas del torrente y, sobre todo, un dolor punzante en la columna vertebral.
El limpiaparabrisas no funcionaba pero el cristal estaba intacto. Una lasitud, que podría calificar de agradable, se adueñó de mí.
Esta semiinconsciencia trajo consigo una relativización de mi estado. Me había despeñado. El fragor del arroyo desbordado era una cansina melopea que se entremezclaba con la del aguacero.
Tal vez tuviese uno o varios huesos rotos. Tal vez estuviese herido.
El sopor me iba ganando. No podía ni quería luchar contra esa flojedad. Sobre el cristal las gotas de agua se fundían unas con otras creando sinuosos regueros. Estos chorros se entrecruzaban formando un diagrama en perpetua transformación.
El cristal se fue empañando y esa maraña de líneas empezó a difuminarse.
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¡Un texto muy bonito! Antonio, nos hace » Ver» toda la escena y sentirla. » Las situaciones límites dan miedo pero ocurren», no se sabe si son patadas en el trasero que da la providencia, quizás sean las cumbres borrascosas por las que las personas deben pasar.
A esta situación límite, que ciertamente lo es, le conviene la música de Mahler. Normalmente esas coyunturas no se escogen. Suceden por un cúmulo de circunstancias, por azar. Tal vez porque alguien, que no es el propio sujeto, lo dispone así. O es obra de la providencia, como señalas. Las cumbres borrascosas de Emily Brontë.
¿Por qué no? Una patada en el trasero o una colleja arreglan las cosas, las ponen en su sitio. Un abrazo.
» Me quedaría metida en esta melodía para siempre»
Esta parte del relato es dramática y el personaje no pudo atinar una sima más áspera y desolada cuya única salvación podría ser ese torrente temporal. La caída no pudo ser más delicada, aunque aún desconocemos qué tan afectado ha quedado «Jonás», en todos sentidos, pues ha entrado en esa bendición de nuestra naturaleza humana en la que, bajo situaciones extremas, nuestro cerebro se desconecta de la realidad y la transfoma en algo menos insoportable.
No has dejado puntada sin hilo y cada elemento narrativo de este fragmento tiene su razón de ser, su objetivo dentro de la interpretación general del mismo.
De alguna manera, el bardo se ha infiltrado de modo tan exquisito en este trabajo narrativo, enriqueciendo el texto.
Maestro, una lección más del buen contar.
Abrazobeso grande, cariñoso y con toda mi admiración para mi frater, mi amigo y mi magister.
Hemos entrado en la parte más dramática del relato. Estamos en la cima (o más bien en la sima). Aunque no se haya subido a ningún sitio sino lo contrario. Se ha bajado a un barranco donde Jonás yace en no buen estado.
Pasa como dices. En circunstancias de gran dureza, en este caso un accidente, desconectamos. Cuando estamos desbordados por los cuatro costados, lo único que humanamente podemos hacer es dejarnos ir.
Es una recompensa que aprecies mi trabajo narrativo, pues tú mismo sabes (supongo) que escribir no es tarea fácil. Al menos para mí no lo es. Construir un relato, sacarlo adelante, es lo más parecido a un embarazo y a un parto que conozco. Como para que el niño nazca feo…Como padre lo querremos, pero quien no lo ha engendrado no lo mira con los mismos ojos. Así ha de ser: una mirada objetiva debe sancionar el empeño subjetivo. Un abrazo, mon cher Ernest.
Lo único bueno del parto creativo es que puede uno borrar, destruir, enmendar o dejarlo en suspenso, para que el hijo salga lo menos feo posible; lo que no posible en la vida real. Pero bien lo dices, qué trabajo cuesta, qué difícil es, para que como te escribí en el comentario previo, no quede uno seguro del resultado.
¿Cómo no apreciar tu trabajo narratrivo tanto como el poético, si en ambos das lecciones de escritura?
Buen miércoles, querido Antonio. Abrazobeso siempre cariñoso y fraterno.
La escritura es un riesgo, como la vida misma. Seguro del resultado no está nadie, salvo contados casos como Virgilio que era consciente de que había dado a luz una obra maestra, La Eneida. Pero el común de los autores se debate en la duda literaria (y existencial). Un abrazo.
O también como Leopoldo Alas «Clarín» quien a sus 33 años, tras terminar La Regenta, supo que había creado una obra maestra de las letras españolas, lo cual puede no ser algo tan envidiable, puesto que veo difícil estar creando obras maestras una tras otra. Juan Rulfo fue más inteligente y tras su dos obras maestras dejó la narrativa por la paz.
Una excelente media semana, querido frater.
Unos segundos bastan para quedar expuesto, maltrecho, abandonado en un abismo. Es como el cauce del arroyo adormecido que al ser nutrido por torrentes de agua se transforma de inocuo a muy embravecido. A pesar de ello, la vehemencia por vivir persiste en la adversidad y la inconsciencia. Por lo general, uno no se entrega a la muerte sino que tratamos de escapar de ella.
La descripción del incidente y del accidentado terreno es soberbia, como nos tienes acostumbrados. Los vasos que conforman este relato, palpitan, haciendo que la imaginación se desborde, y vuelves a regalarnos una narrativa espectacular.
Con sincero aprecio agradezco tu singular creatividad. Que tengas buen fin de semana.
El destino, en ocasiones, juega sus bazas de una manera brutal. Un aguacero provoca la crecida de un arroyo. Un inconsciente al volante provoca un accidente que puede ser mortal, y que en cualquier caso va a cambiar el curso de los acontecimientos. Esto ocurre así en la vida y en la literatura.
Una nueva situación se plantea. El protagonista está en una frontera. Está al borde de la muerte. Ahí no cabe lucha. Sólo el abandono y la contemplación de la propia vida. Es la hora del balance y de los recuerdos.
La vida sigue alentando en «Jonás» pero el destino juega fuerte a las cartas. La partida está en sus manos.
Gracias por la valoración de este episodio. El relato avanza linealmente y profundiza interiormente, espero. Un abrazo.