Al cabo de varios minutos estábamos fuera del pueblo. “¿Cómo lo has conseguido?” preguntó Luisa. “El mérito no es mío sino del coche” respondí.
Este resollaba más de lo habitual, como si la proeza realizada lo hubiese agotado.
“Entonces habrá que felicitarlo” dijo Pedrote. “Es lo menos que podemos hacer”.
La alegría fue efímera. ¿Nuestro destino no era Aracena? ¿Adónde nos dirigíamos ahora? Por último, la carretera que enfilaba el seíta tenía visos de ser bastante peligrosa.
“Esto ya no tiene gracia” declaró Carmelina. “¿Alguien podría explicar por qué seguimos viajando si ya hemos llegado? ¿O es que alguien nos está gastando una broma?
“Creo” respondí a la defensiva “que ese pueblo no es Aracena” “¡Cómo!” “Aracena está más lejos” “Entonces ¿qué pueblo es ese?” “No lo sé. Puede ser cualquiera” “A lo mejor estamos en Portugal y no nos hemos enterado” “Todo es posible” apuntó Pedrote con regocijo. Carmelina lo miró de reojo, pero no replicó nada.
Si no volvió a la carga, fue porque era consciente del riesgo que corríamos. Las curvas se habían multiplicado y la carretera se estrechaba cada vez más. Había que reunir las cualidades del conductor y del equilibrista para no tener un tropiezo de fatales consecuencias. De momento, era de vital importancia no distraerme.
El zigzagueante asfaltado me obligaba a dar bruscos golpes de volante para no salirme de él. Dos o tres veces derrapó el coche, no despeñándonos de milagro.
Luisa lanzaba discretos ayes cuando circulábamos por el borde de un barranco. Y gemía cuando el seíta se precipitaba cuesta abajo.
Había tramos que semejaban un tobogán gigantesco. El vacío que sentíamos en el estómago nos paralizaba. Aunque yo permanecía agarrado al volante y mis compañeros a los espaldares delanteros, nos despegábamos de los asientos en esas vertiginosas caídas.
Las manos me temblaban y, como si hubiese tomado unas copas de más, mis reflejos se ralentizaron.
A pesar de esa ebriedad me daba cuenta de todo, en particular, del progresivo angostamiento de la carretera que se afiló hasta el punto de que el coche ocupaba toda su anchura.
Dando botes el seíta seguía avanzando. Poco después las sacudidas se intensificaron. El asfalto había adelgazado tanto que las ruedas se apoyaban en los matorrales y las piedras de las márgenes.
En varias ocasiones el coche hizo amago de volcar pero, por fortuna, siempre conseguía mantener la estabilidad. Haciendo eses atravesamos un alcornocal cuyos troncos descortezados parecían colosales balizas.
Una enjuta cinta gris nos indicaba todavía el camino. El seíta rebotaba aquí y allá sin perder el rumbo.
La cinta se convirtió en un hilo plateado que discurría por encima de la maleza. El coche cabeceó. Luego se equilibró, aunque escorado a la derecha. Los cuatro, instintivamente, nos inclinamos en la dirección opuesta y el vehículo se niveló.
A nuestros pies se extendía el monte como una masa compacta y oscura de la que emergían los árboles. El terreno se abrió en una quebrada en cuyo fondo relampaguearon las aguas de un arroyo.
De tarde en tarde, en la cima de un cerro aparecía un calvero en el que se demoraba la mirada.
Observamos un bosque de castaños de copas muy ramificadas y asimétricas. Distinguimos también algunos tocones que habían retoñado con el buen tiempo, cubriéndose de vástagos.
Más allá había unas casitas a la orilla de un río que sobrevolamos a contracorriente.
Contigua a un puente se desplegaba una chopera en perfecto orden de alineación. Tras este escuadrón de árboles la naturaleza se volvía más agreste. El río corría encajonado entre dos taludes pétreos. Aguas arriba los breñales se henchían en frondosas cascadas de brezo.
A medida que remontábamos el curso del río, nos íbamos elevando. Abajo todo se confundía en una maraña impenetrable. Indistinguibles eran ya los fresnos de los alisos, borrosas las encinas, invisibles las madroñeras.
Cuanto más ascendíamos, más se debilitaba nuestra visión del mundo sublunar.
De pronto el seíta se inundó de luz. Cerré los ojos, deslumbrado, y, al abrirlos de nuevo, descubrí las formaciones nubosas a las que nos acercábamos velozmente.
El disco solar, medio oculto tras ellas, las nimbaba con su resplandor. Hacia esos cúmulos que simulaban cadenas montañosas desgastadas por la erosión y aludes de rocas de una blancura inmaculada, nos encaminábamos en línea recta.
El coche se introdujo como una bala de cañón en esa masa inconsistente y nívea, atravesándola en un santiamén. Del otro lado las nubes se sucedían en franjas paralelas hasta perderse en el horizonte. Y nosotros planeábamos por encima de ese oleaje inmóvil en dirección al astro rey.
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Gracias por rebloguear. Saludos cordiales.
He pasado vértigo leyendo, ¿están volando? Eso sí que no me lo esperaba.
Como siempre, magníficas descripciones.
Están volando en dirección al sol que nimba las nubes de resplandor. Ya están del otro lado, en pleno azul.
Desde arriba se tiene una visión de conjunto y se pueden hacer buenas descripciones.
Querido Antonio: una vez más me asombras (nos asombras) con tu capacidad descriptiva. Es imposible no agarrarse con fuerza al volante del seíta para sobreponerse al vértigo de esa montaña rusa que termina lanzándonos al espacio…. y maravillarnos después tanto por lo que divisamos a nuestros pies como por el universo que se despliega ante nosotros. Tengo la impresión de que, en este viaje, lo de menos es si los personajes llegan o no a puerto.
Antes de elevarse no lo pasan bien los personajes. Esa carretera serrana bien puede definirse como una montaña rusa que corta el aliento, y que los catapulta más allá de la trabajosa realidad.
Arriba todo es diferente. Ahora les toca adentrarse y sobrepasar esa nívea masa nubosa que es la contrapartida de los bancos de negrura que atravesaron en el primer tramo del viaje. Ahora toca volar y soñar. Un abrazo.
Anda ya!!! Un inesperado giro…bueno, has advertido que el protagonismo va a tomar el coche y así es…ya veremos más adelante que pasará.
El coche es otro personaje más y a veces acapara todo el protagonismo. Igual complica la situación que salva de un apuro. Ahora ha llevado a los cuatro amigos ni más ni menos que al cielo. Buen fin de semana.