La última vez que Larrea vio a Fernández hablaron inevitablemente de literatura. Larrea sentía un amargor en la boca mientras escuchaba a su amigo. No comprendía las dudas que lo aquejaban.
“¿Por qué no dejas de escribir y pones una tienda de ultramarinos o de electrodomésticos?” Fernández lo miró espantado.
“Llevas diciendo un buen rato que escribir es una pérdida de tiempo. Una tarea que procura más sinsabores que satisfacciones. En cuanto a leer, es revolcarse en el lodazal en el que los autores se hundieron hasta el cogote. De hecho, de tus palabras se deduce que donde antes se tocaba tierra firme, ahora no se puede dar un paso” “También tú te has planteado esta cuestión”.
“Mi respuesta refleja tu pensamiento. Te estoy sirviendo de espejo” “No soy tan mezquino. No considero que la literatura sea un inmenso muladar donde se va a hozar y a revolcarse”.
“Y a dejar allí sus miserias. Eso es lo que has dicho. En lo que respecta a tu ruindad, no quisiera ofenderte, pero hay en ti falta de transparencia. Tu obstinación no es más que una pose”.
Fernández, sorprendido por la franqueza de Larrea, y tocado en su amor propio de escritor atormentado por deseos contradictorios, pasó al ataque.
“Es más cómodo cruzarse de brazos y dejarse arrastrar por la fuerza de la inercia. No oponer resistencia a las presiones. Así se evita muchos problemas. En esa actitud no cabe siquiera la mezquindad, pues, quieras que no, conlleva un gasto de energía”.
“Te has picado. Hablábamos de ti, no de mí. Soy un tema de conversación poco interesante pero, si te apetece, podemos abordarlo otro día”.
Larrea prosiguió diciendo: “¿No te das cuenta de que no dejas títere con cabeza? Eres un iconoclasta. No hay iglesia de la que no hayas salido sin dejar cojas, mancas o tuertas a unas cuantas imágenes. O sin haberlas derribado de sus hornacinas. Ahórrame tener que citar tus opiniones sobre los escritores que han salido a relucir esta tarde. De tu furor crítico sólo se libran los que nadie lee”.
Fernández apretó los dientes. “Quedas emplazado. Tu conformismo te impide comprender a quienes se niegan a ser una tuerca más de esta maquinaria o, para ser más exacto, de esta trituradora que llaman sociedad”.
“¿No nos estamos desviando?” “Estoy centrando la cuestión. Admito una parte de verdad en tus palabras. Sufro accesos de destructividad. Esta confesión no implica propósito de enmienda. Lo que no te concedo es que la envidia sea el motor de mis actos”.
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