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Posts Tagged ‘la Eneida’

318.-Sorprende a Emma la cantidad de temas y personajes que encierra la literatura, poco menos que inagotables. La miro para saber si está hablando en serio o en broma. Ella capta ese gesto suspicaz. “¿Acaso no es verdad?” dice.

“Claro que no” replico, “en lo que respecta a los temas su inventario es bastante limitado aunque sus ramificaciones sean numerosas. Los subtemas son variados, pero los troncos de donde nacen se pueden contar con los dedos de las manos, y es posible que sobren algunos”.

“¿Cuáles son esos temas matrices?” “Hay que empezar señalando que no son sólo literarios sino también filosóficos. Para abreviar podemos llamarlos los grandes temas.

“Los aborda el arte y el pensamiento porque, en definitiva, todas las manifestaciones culturales se reducen a ellos. Ahí están las semillas de todas las historias.

“Por muy llamativa u original que te parezca una obra literaria, si nos paramos a analizarla, descubriremos que desarrolla uno de los temas fundamentales. Es posible que el ropaje nos despiste, o nos induzca a error, incluso que durante un tiempo ese libro goce del privilegio de la novedad absoluta. Es una cuestión de deslumbramiento, a menudo apoyada en una buena operación de márquetin.

“¿Cuáles son esos temas que admiten muchas variaciones? Uno es el mal, su inapelable presencia en el mundo. Esa hidra a la que le nacen dos cabezas cuando le cortan una, ese monstruo con una infinita capacidad de regeneración, posee también el don de camuflarse, de confundirse camaleónicamente con el entorno hasta el punto de hacer creer que no existe, que es un puro cuento forjado por la mente calenturienta de un idiota. Los disfraces del mal dan para llenar un guardarropa o una biblioteca.

“El segundo tema que voy a citar (esta enumeración no implica orden de importancia) es el poder, ciertamente relacionado con el anterior. Incluso podría afirmarse que son hermanos si no carnales, de leche. Amamantados por la misma loba, suelen marchar de la mano.

“Dios o la trascendencia es otro. Y estrechamente relacionado con este se encuentra el tema del alma. El más allá, ese horizonte brumoso que unos niegan y otros consideran la meta, la verdadera patria, y que tan poéticos nombres ha recibido en las diferentes religiones, es una fuente de inspiración que no cesa de manar. El alma, según Platón, es la parte divina que hay en el ser humano. Estos temas, en contraposición a los dos primeros a los que cabe calificar de terrenales, son celestiales. O si lo prefieres, materiales y espirituales respectivamente. O también descendentes y ascendentes. Abajo y arriba.

“Otro tema fundacional, el quinto de esta lista, es el tiempo. Su paso, su esencia son perfumes tan intensos que pueden llegar a marear. Hay obras basadas en un intento de aprehenderlo. Algunas han tenido éxito. Han logrado dejar al descubierto la dimensión eterna de los efímeros negocios humanos. Han logrado rescatar nuestra precariedad de la rueda zodiacal de Crono. Somos insectos atravesados por los tres alfileres del pasado, el presente y el futuro. Y ese martirio da mucho juego.

“Tan difícil de captar como el tiempo es el deseo, e igual de productivo. Es el combustible de nuestras acciones. Nos arrastra, nos hunde, nos eleva. Si no nos propulsase el deseo, no moveríamos un dedo. Es tan necesario como el pan. En este tema podemos incluir las pasiones, que son deseos desatados. Según mi opinión es aquí donde tienen su lugar el amor y el odio.

“El séptimo tema es los sueños y los ideales, uno de cuyos subtemas es un motor social en constante funcionamiento. Me refiero a la utopía que a veces es tratada en clave de distopía. Una y otra son el haz y el envés del proyecto de reencauzamiento de colectividades con tendencia a descarrilar. Este bloque abarca también la justicia”.

“Otro tema fundamental es la muerte” apunta Emma. “Ya hemos hablado del más allá y de la trascendencia a los que está ligada la muerte como el final absoluto o el principio de otra vida. El descenso a los infiernos es uno de los subtemas más antiguos, atestado en el libro XI de la Odisea y en el libro VI de la Eneida. Gilgamesh, el primer héroe épico, partió en busca de la inmortalidad y acabó aprendiendo que a la muerte no se la puede burlar. Pero esto no quita que los que se fueron puedan ser visitados o evocados, y que puedan regresar al mundo de los vivos por diversas razones. Fantasmas, espectros, almas en pena recorren el folclore de los pueblos y se pasean también por la literatura.

“Creo que ya hemos acabado” “No. Faltan los otros” “Cierto. El prójimo plantea inevitablemente el problema de la identidad o la mismidad, así como las cuestiones del doble y la sombra. Si te parece, preguntándonos quién eres tú, quién soy yo, dónde se levanta la frontera que nos separa, cómo podemos franquearla…, ponemos punto final a este discutible catálogo” “Sólo nos ha sobrado un dedo”.

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II

Ahí, en el abismo, empezó a escuchar una lúgubre salmodia.

Esa tonada la había escuchado en la iglesia, cuando delante del altar mayor había un ataúd cubierto con un paño negro y un cirio encendido en cada esquina.

Esas palabras incomprensibles, graves, reverberantes, no pertenecían al romance que él hablaba. Esas voces que se elevaban majestuosas, imponían.

Los poderosos recurrían a los monjes para que cantasen en las ocasiones solemnes.

Abelardo empezó a prepararse para la carrera eclesiástica. Pero conoció a una muchacha pecosa, de piel blanca y pelo como el fuego. Se planteó un dilema: o ella o sus estudios. Eligió a Eloísa.

Su latín cayó en el olvido. Este hecho lo apenaba. Le gustaba la cadencia de los hexámetros de la Eneida.

En la vida diaria la lengua de Virgilio no le servía de nada. Expresarse en romance traía más cuenta. Sin embargo, cuando iba a los oficios religiosos, sentía añoranza.

El canto fúnebre calaba hondo en el espíritu de Abelardo. La bóveda devolvía el réquiem transformado en circunspecto eco que inspiraba temor.

Los pecados y los errores de Abelardo desfilaron silenciosamente ante sus ojos. Esa salmodia los había convocado. Su renuncia a profesar. Sus amores con la muchacha pelirroja con la que finalmente no se casó. Sus ardides de negociante. Sus vicios. Su vanidad.

Esos ojos que contemplaban ese mísero espectáculo, se elevaron al cielo en una muda súplica de misericordia.

Fue entonces, arrodillado en la fría losa de mármol, implorando el favor divino, cuando se produjo un hiato contra el que se estrellaría la escolástica con su interminable retahíla de silogismos.

De estar en la nave de una iglesia sumido en melancólicas meditaciones pasó a la taberna que frecuentaba cuando tenía ganas de jolgorio.

Era la taberna mejor provista de vinos, cervezas y viandas de toda la ciudad. Lo normal era que estuviese llena de gente. A su abigarrada clientela le gustaba divertirse. El silencio había sido desterrado de ese establecimiento donde todo era de madera. Mesas, taburetes, bancos, barriles, lámparas, vasos, platos, cubiertos podían ser golpeados o entrechocados sin que se rompiesen. Y el suelo de tablas podía ser taconeado tan enérgicamente como se quisiera.

Allí se iba a beber, comer, cantar y bailar. Allí estaba ahora Abelardo, con una jarra de espumosa cerveza en la mano, una “prima melior”.

Pese a ir vestidos de seglares, Abelardo reconoció a un grupo de clérigo tripones que se zampaban una gran fuente de col fermentada con salchichas. También había estudiantes en diversos grados de indigencia, como lo ponían de manifiesto sus atuendos que oscilaban entre los uniformes andrajosos y los pasables. Tampoco faltaban los probos ciudadanos que se permitían echar una cana al aire ni los mendigos que se mantenían apartados en un rincón ni las busconas que merodeaban por entre las mesas.Todos empinaban el codo, hablaban y reían.

Los monjes, cuando dieron buena cuenta de la chucrut, empezaron a cantar. Abelardo había escuchado esa letra innumerables veces. Tantas que la sabía de memoria, por lo que no tuvo problemas en unirse al coro.

Cogiendo su jarra de cerveza y alzándola los monjes habían entonado “In taberna quando sumus”. Se balanceaban, miraban a los demás animándolos a participar, daban palmadas y pellizcos en el trasero a las sirvientas y a las mozas de fortuna cuando pasaban a su lado. Ni unas ni otras se tomaban a mal esas libertades.

El estribillo fue repetido en un latín macarrónico por todos los parroquianos, estuviesen sobrios o borrachos, hartos o hambrientos, fuesen hombres o mujeres, seglares o clérigos, ricos o pobres.

Bibit hera, bibit herus
bibit miles, bibit clerus,
bibit ille, bibit illa,
bibit servus, cum ancilla,
bibit velox, bibit piger,
bibit albus, bibit niger,
bibit constants, bibit vagus,
bibit rudis, bibit magus.

 

 

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