Cinco amigos y un perro hacen una marcha a pie por la sierra. Van a Frade, el pueblo donde uno de ellos pasó la infancia. Esta excursión marca el final de sus estudios y el inicio de una nueva etapa. Por el camino hablan y sueñan. Recitan poemas y cuentan historias. Y también conocen a Valerio el sillero, a Plácida, la tata de los ojos color de miel, a Graciano, el sacristán de Frade, y a Tito, el ex alcohólico que regenta una taberna.
Diez años más tarde, sobre el telón de fondo de la imparable ascensión de los Nuevos Amos (NNAA), los cinco amigos y el perro se reúnen para celebrar la recién adquirida condición de diputado de Acevedo. Y para aclarar quién provocó el accidente que pudo costarle la vida a otro de los excursionistas. Esta vez es, sobre todo, el diputado electo quien habla, y lo hace de la Cofradía de la Santa Sopa, del Seminario de Actualización Política (SAP) y de las veladas del Tararí.
Exitus es una novela sobre las pequeñas y las grandes infamias. Sobre el poder sanador de la belleza y la fealdad paralizante del poder.
La novela empieza así:
7.45 horas
Faltaba poco para que amaneciese. Pero todavía la oscuridad era total. Las farolas de la calle se habían apagado y a través de la puerta del balcón no se filtraba ni una gota de luz. Brioso rebulló en la cama sin poner especial cuidado en no molestar a su cónyuge, que dormía plácidamente.
Se dio una vuelta y otra. Adela, sumida en un profundo sueño, lanzaba discretos silbidos. Brioso, aunque no tenía nada que hacer, decidió no esperar más y levantarse. Apartó, pues, la sábana y la manta y se sentó en el borde de la cama, donde permaneció unos minutos rascándose la cabeza y cavilando. Porque él era un hombre reflexivo a su manera. Bien es verdad que después nunca se acordaba de en qué había estado pensando. Se encogía entonces de hombros y mascullaba: “No sería muy importante”, pasando sin solución de continuidad a hilvanar nuevos pensamientos que serían devorados por el olvido con pareja premura.
Ramón Brioso se apuraba por pocas cosas. Para que un asunto lo hiciera reaccionar, tenía que tocarle de lleno y, aun así, como el cielo lo había dotado con una gracia especial para torear los problemas, lo más probable era que acabase escurriendo el bulto.
Se puso en pie, con paso vacilante se dirigió al balcón y entreabrió el postigo. Las Hilandarias, al igual que su mujer, dormía aún. A pesar de que no había nada que contemplar, se quedó donde estaba, mirando a través del cristal. Como esperando que despuntase la aurora.
Esta novela se publicó en Libros En Red en 2007
http://www.librosenred.com/libros/exitus.html