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XIX

No he logrado averiguar la fecha exacta en que las canteras se pusieron en explotación. Fue ese un periodo áureo para el pueblo.

Aparte de la que he mencionado, por el lado de Sevilla había cinco más. La producción de adoquines y bordillos constituyó la principal fuente de riqueza durante aquellos años. La extracción de granito y las labores del campo absorbían casi toda la mano de obra, lo cual se tradujo en estabilidad social.

El auge económico atrajo a gente de los alrededores e incluso de allende los límites provinciales, sobre todo de picapedreros, de auténticos artesanos en algunos casos.

Tu familia paterna, con la que apenas mantienes relaciones, se vio forzada a emigrar cuando tras las vacas gordas vinieron las flacas. Unos se fueron a Barcelona, otros a Madrid. Demasiado lejos para hacerles una visita. Ir a Sevilla te supone una odisea. Sobrepasar la capital andaluza es algo inconcebible.

¿Cuántas veces te han propuesto tus tíos pasar una temporada con ellos y conocer sus respectivas ciudades? Las mismas que te has negado, no en redondo que quedaría feo, sino relegando el viaje para el año próximo, en Navidad no, en Semana Santa tampoco, en feria menos, como si tú la frecuentaras.

Tus parientes no se lo toman a mal. Cuando vuelven al pueblo durante las vacaciones, van a saludaros y por inercia te reiteran la invitación. Tú no aceptas aduciendo cualquier pamplina y así una y otra vez. El cuento de nunca acabar.

Tu abuelo paterno formaba parte del aluvión de forasteros que llegó cuando las canteras se pusieron en funcionamiento. Venía de Extremadura.

Los naturales no miraban con buenos ojos a esos hombres y mujeres que acudieron al reclamo de un trabajo. Imagínate sus caras cuando vieron que su terruño era invadido por familias enteras que transportaban sus enseres en carros de ruedas chirriantes.

El primer problema que se planteó fue el de la vivienda. El Ayuntamiento consideró que esa era una cuestión personal. Así que dejó que cada cual se acomodara como pudiese. Hubo quien logró alquilar una casa o una habitación. Y quien no tuvo más remedio que levantar una chabola.

Durante el tiempo de la explotación del granito dos grupos coexistieron ni en armonía ni en tensión. Por un lado, los autóctonos dedicados a la agricultura en su mayoría, celosos de sus privilegios, que hasta donde les era posible se abstenían de mezclarse con los intrusos. Por otro lado, los forasteros, los que habitaban en el extrarradio, los que labraban la piedra.

Tu abuelo paterno construyó una choza de techo de paja y paredes de adobe en la explanada donde se establecieron los que no encontraron nada. Tu abuelo, sin embargo, no era cantero sino peón de campo.

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III

La agitación de los progres sería divertida si su colaboración no los convirtiera en una eficaz quinta columna. Si a este hecho sumamos la conjunción letal que supone la corrección política por un lado y la zafiedad nacionalista por otro, el resultado es que la parra está a punto de hundirse.

Los maximalismos son fanáticos e insaciables por naturaleza. Con ellos no valen las concesiones ni los gestos conciliadores. De nada ha valido que nos hayan puesto a todos a hablar castellano para no herir sensibilidades inexistentes. Enfermos de odio, el deseo de humillar prevalece sobre cualquier otra consideración.

Piqué lo ha dicho en una entrevista radiofónica. Esa conducta tiene un nombre y es totalitarismo. O están lloriqueando o arreando con la maza. Y ahora hay quien tiene la desfachatez de hablar de convivencia, la misma que se aplican a dinamitar desde hace tiempo esos matasietes cuya valentía acaba en los Pirineos.

Al final ni honra ni barcos. Mi abuela lo expresaba gráficamente: “Cuanto más se agacha una, más se le ve el culo”. Era una mujer con experiencia que para mí sigue siendo un faro. Ante hechos como los que se viven en España decía con una nota senequista en la voz: “Así se escribe la historia”. Era sin duda una politóloga “avant la lettre” que se rifarían los periódicos si todavía respirase.

Este culebrón seguirá ramificándose como una enredadora loca. El hombre de la paz estuvo en Barcelona para tomar nota del proceso y seguir su guerra que no sobrepasará la frontera hispano-francesa, más allá de la cual impera la cobardía.

Volviendo a Borges tras esta larga digresión que se ha colado lindamente en el artículo, hay que señalar que la política no le interesaba gran cosa, conceptuándola como una desgracia. No participó directamente en nada. Se mantuvo al margen, como más tarde haría Michel Tournier que ni siquiera se mezcló en el mediático Mayo del 68, aun estando allí en ese momento.

Pero el escritor francés (“Noblesse oblige”), en su última entrevista, se declara más bien de izquierda. En sus palabras no se detecta convicción sino concesión. De hecho, uno de sus amigos lo contradice y señala lo palmario, que Tournier no era ni de derecha ni de izquierda, que era alguien independiente. Sus días y sus fuerzas, al igual que Borges, los consagró a los libros. Un veinte sobre veinte se da Tournier en este ítem (el oficio) del marcador diseñado para calificar la propia existencia. Los otros cinco son el físico, la época, la familia, los amores y los recuerdos, en los que se puntúa menos generosamente, incluso poniéndose un cero en los dos últimos.

La literatura es absorbente. Borges y Tournier son dos buenos ejemplos de esta entrega que deja poco tiempo para otras actividades. Ninguno de los dos tuvo vida privada, aunque Borges se casara dos veces. La primera, cuando tenía sesenta y ocho años, con Elsa Astete Millán, y la segunda, por poderes, a los ochenta y seis, con María Kodama, en 1986, el mismo año de su defunción.

La fama se ha cebado en el argentino. Los críticos y los estudiosos hurgan en su intimidad donde cada vez hay menos espacios oscuros. Nada queda sin esculcar.

La inexorable luz de la gloria, que mira las entrañas y enumera las grietas,
de la gloria, que acaba por ajar la rosa que venera.

De esta maldición, afortunadamente, nos vamos a librar la mayoría de los que pululamos por WordPress.

El escéptico Borges, como no podía ser menos en un hombre tan leído, que tenía la certeza del carácter ilusorio de Dios, según le declaró a un periodista peruano, tuvo un último gesto difícil de interpretar. Tal vez fue la irreverencia con que se despidió de este mundo o tal vez fue la sincera plegaria que salió de sus labios en su lecho de muerte. No parece que ni ese momento ni ese lugar se presten a las “boutades”, aunque seguramente habrá más de un caso que ilustre esa macabra actitud burlona.

Sea como fuere, resulta paradójico que expirara rezando el Padrenuestro. Oración, eso sí, que pronunció en cinco lenguas: anglosajón, inglés antiguo, inglés, francés y español.

 

 

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II

Otro revuelo organizó el autor de “Ficciones” cuando se le ocurrió decir que García Lorca era un poeta menor. La progresía se alzó en armas por esa blasfemia y pidió explicaciones que Borges dio en el programa de televisión española “A fondo”, donde fue entrevistado por Joaquín Soler Serrano.

¿Cómo se había atrevido a degradar a uno de los grandes mitos de este país? Ciertamente Borges no sentía admiración por este poeta que, según él, ejercía de andaluz profesional. En el plató expuso cortésmente sus razones. Estaba claro que a todo el mundo no tenía por qué gustarle García Lorca ni cualquier otro escritor. Cada cual tiene sus preferencias.

Pero Borges era ya muy conocido. Sus palabras no caían en saco roto. Haber cuestionado a uno de los intocables era, cuando menos, un gesto desafortunado. En la entrevista con Soler Serrano vemos a un Borges sonriente, amable y comunicativo que rechaza el título de “maestro” con el que el presentador quiere honrarlo. Esta imagen contrasta con la del hombre introvertido, callado y poco cariñoso que transmitió su primera mujer.

Muy suyo, demasiado inteligente para dejarse engatusar por boberías, ni para hacer el juego al pensamiento dominante, Borges se desmarcaba de las expectativas. ¿No fue eso lo que hizo cuando dijo que la democracia era un abuso de la estadística o cuando preguntó si Manuel Machado tenía un hermano? Ese mismo Borges tan crítico que nadaba a contracorriente es el mismo al que ahora sus compatriotas, y no sólo ellos, han convertido en un ostensorio al que sacan en procesión cada dos por tres.

Su nombre aparece en cualquier boca, desde la del desdichado Rodríguez Zapatero, que lo citó como uno sus escritores favoritos, a la de cualquier aspirante a la gloria literaria.

No cabe descartar que, por parte del bonaerense, hubiera una cierta complacencia en perturbar los ánimos dado el carácter chocante, por más veraces que fuesen, de sus juicios.

Sus perspicaces observaciones no se limitaban solamente a los libros y a los autores. Se extendían a numerosos campos. De España y los españoles, tema que Borges conocía de primera mano, dijo unas cuantas cosas la mar de suculentas.

Opinaba que Madrid no merecía ser la capital de España. Tendría que haberlo sido Lisboa o Barcelona, una de esas dos ciudades extranjeras. Se ve que el Madrid que vivió no fue de su agrado. Le parecía provinciano, un poblachón mesetario que uno olvida en cuanto le da la espalda.

La Puerta del Sol la encontraba deprimente. Y la Gran Vía era el decorado perfecto para un sainete. La zarzuela tampoco la tenía en mucha estima. La consideraba peor que el tango. Borges era más de milonga.

Lo anterior lo dijo un hombre que residió en España, junto con su familia, en 1919, primero en Barcelona y Palma de Mallorca. Luego en Sevilla, donde pasó el invierno, y en Madrid.

En Sevilla publicó su primer poema en la revista Grecia, que se titula “Himno del mar”. Es una composición escrita bajo la influencia de Walt Whitman. Este trabajo primerizo no se cuenta posiblemente entre los más logrados del autor. Empieza así:

Yo he ansiado un himno del mar con ritmos amplios como las olas que gritan;
Del mar cuando el sol en sus aguas cual bandera escarlata flamea;
Del mar cuando besa los pechos dorados de vírgenes playas que aguardan sedientas;
Del mar al aullar sus mesnadas, al lanzar sus blasfemias los vientos…

En este país, el 31 de diciembre de 1919, Borges inauguró su carrera con la impresión de estos versos de resonancias épicas.

A raíz de esta larga estancia, y de otras posteriores, Borges llegó a la conclusión de que le hubiese gustado ser andaluz pero no catalán. Según él, a los catalanes los odian en España y en Francia se nota rápidamente que son unos impostores.

Los acontecimientos recientes avalan ese veredicto. Sin duda los catalanes (soy consciente de que generalizo) saben cómo hacerse aborrecibles. A un amigo, del tipo de los que proclaman que son de izquierda en el mismo tono que debió utilizar Guzmán el Bueno cuando arrojó su puñal a los moros y les dijo: “Matad, si queréis, a mi hijo pero no os entregaré Tarifa”, a ese amigo le repliqué un día que lo que había que hacer era segregar a Cataluña.

Antes de su previsible alboroto añadí: “Y que juegue la liga de fútbol en Francia o en Italia. O, todavía mejor, en Polonia. Y que allí haga los negocios”.

Es lamentable la facilidad que tiene el “establishment” progre para escandalizarse cuando algo lo contraría y para chirriar en el resto de los casos. Para servir de colchón a cualquier desatino y para clamar al cielo cuando algo le desagrada.

Según este amigo la segregación era una “barbaritat”. Lo que se está viviendo desde hace años no. La “conllevancia” de que hablaba Ortega y Gasset hay que comérsela por más indigesta que sea. Hay que escuchar y tomar como una broma las palabras de ese líder independista a propósito de la diferencia genética de los catalanes, más próximos a los refinados franceses que a los ordinarios españoles. ¿Acaso piensa ese quídam que alguien quiere estar emparentado con él?

 

 

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