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Posted in Fotos, tagged hojas marrones, hojas ocres, noviembre, otoño on noviembre 29, 2016| Leave a Comment »

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Posted in Cuentos, tagged el conferenciante jesuita, el cura, el hundimiento, el ufólogo, NASA, noviembre, ovnis, paseo de Colón, Quique, Sevilla, teatro Lope de Vega, telepatía on julio 6, 2016| 7 Comments »
Afortunadamente llegamos a Sevilla. Los ocupantes del coche se callaron un rato. Por el Paseo de Colón nos dirigimos a la sala donde tendría lugar la representación. Estaba extrañado de que durante todo el trayecto no se hubiese hecho la menor alusión a la obra. Sólo se abordó la cuestión ufológica y sus implicaciones en otras áreas.
Cuando nos apeamos, con inmenso alivio por mi parte, inhalé una gran bocanada de aire y pregunté: “¿Vamos a ver una tragedia o una comedia?”. Los otros se quedaron mirándome como si hubiese dicho un disparate. Yo miré a mi amigo Quique, que adoptó una actitud ambigua.
El ufólogo, colocándose las gafas en su sitio, dijo: “¿Cómo?” El Lope de Vega estaba frente a nosotros. A la entrada había bastante gente. El cura, haciendo un calambur, explicó: “Vamos a un teatro pero no al teatro”.
Mientras nos encaminábamos a la marquesina que sobresale de la fachada del ecléctico edificio, pregunté a Quique: “¿Tú estás también en la inopia?”. Lo estaba pero no le importaba. Para él lo importante era salir del pueblo.
Nos instalamos en el patio de butacas y esperamos a que empezase la función. Pero no se levantó el telón rojo de pliegues ondeados. Al cabo de un rato salió un clérigo trajeado de negro con alzacuello blanco, alto, elegante, con las manos cogidas a la altura del pecho que movía en simbólicos abrazos a los espectadores, los cuales lo recibieron con una ovación.
Se trataba de un jesuita experto en parapsicología. “¿Será esto una señal?” murmuré. Quique, que aplaudía como si fuese otro fan, siempre atento a lo que sucedía a su alrededor aunque fuese un balbuceo, me preguntó: “¿Qué has dicho?” “Nada. Estoy interesado en saber cuál va a ser el tema de la conferencia”.
Era la telepatía. Un escalofrío me recorrió el espinazo. La disertación duró una hora. El jesuita, que era todo un showman, finalizaba con una batería de demostraciones prácticas a las que dedicaba treinta minutos más. Esta ilustración era el plato fuerte del espectáculo.
Yo estaba sentado en una butaca junto al pasillo central, justo en frente del conferenciante que, micrófono en mano, haciendo gala de un aplomo abrumador, escrutaba las filas en busca de un conejillo para su primer experimento.

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Posted in Cuentos, tagged el conferenciante jesuita, el cura, el hundimiento, el ufólogo, NASA, noviembre, ovnis, paseo de Colón, Quique, Sevilla, teatro Lope de Vega, telepatía on julio 4, 2016| Leave a Comment »
Era mi primera salida tras el hundimiento. Íbamos a ver una representación. Eso creía. Hacía tiempo que no asistía a una. Me dejé convencer por mi amigo Quique. Formábamos un grupo variopinto constituido por nosotros dos, un cura, un ufólogo y una quinta persona que, por más que me esfuerzo en ponerle cara, no recuerdo quién es.
Me resultó raro que el promotor de esta actividad fuera el aficionado a los platillos volantes e historias afines. Ignoraba que también lo fuera al teatro.
Quizá la culpa de la confusión la tenga mi amigo Quique, que suele embarullar las cosas por conveniencia o por verbosidad. De todas formas debo declarar que estoy en deuda con él. Gracias a su insistencia, a su entusiasmo, a sus exageraciones, me animé a hacer mi primera incursión en el exterior.
Me tendría que haber escamado que no supiera el título de la obra o al menos el nombre del autor. Aunque es verdad que él tenía por costumbre inventarse lo que no sabía sin reparos ni remordimientos, en este caso reconoció que no se los había preguntado al cura, que era quien le había propuesto ir al teatro con él y el ufólogo. Quique, por su parte, se tomó la libertad de invitarme a mí, a lo que, cuando se enteraron, no se opusieron los demás, pues en el coche había sitio.
Era a finales de noviembre. Durante el viaje a Sevilla, ya de noche, el ufólogo, que hablaba a increíble velocidad, en un estilo farragoso, hizo un recuento de las últimas apariciones de platillos volantes. Alguien dijo que éramos objeto de curiosidad para los extraterrestres y quién sabe si no nos encontrábamos en los prolegómenos de una invasión.
El ufólogo, que iba en el asiento del copiloto, se volvió y negó rotundamente tal posibilidad. Si, con su avanzadísima tecnología, quisieran apoderarse de nuestro planeta, ya lo habrían hecho. Sólo éramos, cosa un tanto humillante, objeto de curiosidad. Bichos raros dignos de estudio. Y la Tierra un zoológico tan divertido como didáctico.
Las luces de la carretera, de los pueblos, de los cortijos se transformaron en ovnis camuflados que orientaban sus antenas en seguimiento nuestro. La conversación que manteníamos en el coche, era harto ilustrativa de la psicología humana.
Tanto mi amigo Quique como el cura se habían involucrado en esa pintoresca charla. En cuanto al conductor, de vez en cuando echaba su cuarto a espadas. La ufología era un tema que daba mucho de sí, un tema que tenía ramificaciones arqueológicas, veterotestamentarias, mitológicas. Y relaciones directas con la NASA y los servicios de espionaje y contraespionaje de las principales potencias. Todo esto constituía un guirigay que estaba afectando a mi precaria estabilidad psíquica y física. Es decir, faltaba poco para que me marease.

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Posted in El camino de regreso, tagged avenida República Argentina, Cirilo, Cirilo Cortés, Dyane 6, inspector de Hacienda, internamiento, Jacinto, Las Hilandarias, Los Remedios, noviembre on octubre 7, 2015| 13 Comments »
Había acabado la carrera de economía y estaba trabajando en una correduría de seguros a la par que preparaba oposiciones a inspector de Hacienda. Había alquilado un piso junto con otros dos compañeros en Los Remedios, cerca de la academia donde iba dos tardes por semana.
Con mis primeros haberes me compré un Dyane 6 de ocasión. Nunca he estado tan atareado ni he derrochado tanta energía como entonces. Fue una época feliz o, como no tenía tiempo de pensar en nada, lo parecía. A Las Hilandarias iba de vez en cuando a ver a mis padres.
Bajo los soportales de la avenida República Argentina, en un encuentro casual con Cirilo Cortés, me enteré del internamiento de Jacinto.
Cirilo, que iba a visitar a un oftalmólogo, estaba más interesado en contarme sus penas que la recaída de nuestro amigo. Sólo de pasada hizo alusión a esta noticia.
Su aprensión y su egocentrismo lo incapacitaban para contar esa historia. La conversación no fue larga tampoco. Tuvo lugar a mediados de un noviembre desabrido. Ambos teníamos prisa, él por llegar a la consulta del médico, y yo a la academia.
Nos despedimos. A los pocos minutos aminoré la marcha y acabé parándome al lado de uno de los pilares.
Me quedé mirando el pavimento que estaba mojado. Era un día de chaparrones y de fuertes ráfagas de viento. La circulación era densa.
Jacinto llevaba ingresado dos semanas. Me puse a andar de nuevo a un ritmo normal, luego a grandes zancadas. Me dije que iba a llegar tarde.

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Posted in Cuentos, tagged caballo, cementerio, cielo, Fernando Villalón, garrochistas, noviembre, Peregrino Sánchez Vázquez, toros, visita on noviembre 26, 2014| 10 Comments »
I
Había ido a hacer mi visita periódica, a recordar a amigos y parientes que ya están del otro lado, a dedicarles un pensamiento. Es algo que suelo hacer cuando llega noviembre.
Es un paseo reconfortante, tranquilo, por esas silenciosas calles en las que la mirada va de un sitio para otro, sin prisa, inmersa en un proceso de purificación que alcanza su mayor intensidad cuando se eleva de las hileras de nichos al inmaculado cielo, cuyo esplendente azul aspira las banalidades e insufla compasión y esperanza en el pecho.
En esa predisposición íntima, en esa apertura hacia lo absoluto, hacia ese más allá donde se encuentran los que me rodean, camino por la avenida principal, me interno cada vez más, deambulo entre las tumbas.
No se trata de una debilidad sentimental o de un rito mecánico. En todo caso, podría calificarse de una experiencia filosófica, de una ratificación de la precaria condición humana. Antes decía que iba a recordar amigos y parientes, pero sería más exacto afirmar que voy para recordarme algunas verdades básicas, para refrescar la voluble memoria, para depurar la mirada.
Ese día mi actitud interna se podría resumir en un verso. Con cierta frecuencia me ocurre que una línea poética encierra en sus pocas palabras mi estado anímico mejor que el más largo y elaborado de los discursos.
Ese día me repetía: “Mi caballo se ha cansado”.
En ese día, tan claro y luminoso, no podía dejar de pensar que la muerte no existe. Es cierto que los ciclos tienen un fin. Todo empieza y todo acaba. Es la ley sublunar. Pero la muerte es sólo una puerta. Eso era lo que sentía cuando contemplaba los cipreses apuntando derechos a la eternidad.
Me detenía y leía una inscripción. Algunas datan del siglo diecinueve y son tan escuetas y contundentes como un puñetazo en la boca del estómago. Una dice:
“Peregrino Sánchez Vázquez
Falleció el 3 de mayo de 1899
a la edad de 21 años.
-o-
Su padre y hermanos
le dedican este recuerdo
y ruegan a Dios por su eterno descanso”.
Peregrino murió bien joven. Iba pensando en esto y en el tiempo que hace que partió (ciento quince años), en que era seguro que los que mandaron grabar esa lápida de mármol, su padre y hermanos, estaban también haciéndole compañía.
En fin, iba distraído y apenas percibí la silueta de una persona a mi izquierda. No presté atención y proseguí mi paseo. Fue una visión fugaz a la que no concedí importancia. Podía ser una mujer o un hombre que estaba inclinado sobre una sepultura, limpiándola o recomponiendo las flores.
Seguí andando y me olvidé de esa persona que cumplía un deber familiar, o a la que la aflicción encorvaba la espalda. Probablemente ambas cosas. Pasé al segundo patio. Cuando volví al primero lo único que tenía en la cabeza era el verso de marras y dos más, el principio del poema que Fernando Villalón dedicó a los garrochistas: “Mi caballo se ha cansado / Él no les teme a los toros / Ni a los jinetes de acero”.
En mi mente caracoleaba un alazán claro. Fue entonces cuando alguien, sobresaltándome, me dirigió la palabra.

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Posted in Cuentos, tagged Álvarez, casa, huerta, Javier, noviembre, otoño, rioja on enero 13, 2014| 4 Comments »
IV
Había tres huertas consecutivas. Fue la tercera, la que estaba más alejada, la que se adentraba más en el monte, la que tenía la casa más cerca de la orilla del río, cuyo murmullo se escuchaba como una apaciguadora música de fondo, fue ésa la que más le gustó y fue ésa precisamente la que estaba disponible.
La propiedad se adecuaba tanto a sus expectativas que cambió de idea y, tras sumar sus ahorros y el dinero que obtendría por la venta del piso, pensó en comprar en vez de alquilar.
No actuó con astucia, mostró excesivo interés. Álvarez, el dueño, percatándose de ello, jugó esa baza.
Javier creyó que el trato se cerraría pronto, pero recibió una llamada de teléfono de Álvarez, el cual le contó una historia en relación con el cariño que su mujer le tenía a la huerta, y la pena que le daba desprenderse de ella. Ladinamente afirmó que tal vez no vendería, que necesitaba reflexionar.
El resultado fue que el precio subió. Javier regateó alegando que la casa no se encontraba en buen estado, que para vivir en ella había que hacer arreglos y mejoras. Pero la pesadumbre de la mujer de Álvarez sólo se mitigaba, que no desaparecía porque eso era imposible, con un buen fajo de billetes.
Javier hizo nuevos cálculos y acabó pasando por el aro. En lugar de contratar a un albañil para que hiciera las reformas necesarias, él mismo las haría los fines de semana. Esta idea no le disgustaba, pero la habilitación de la casa llevaría más tiempo del previsto. Y aun así, para determinadas tareas, tendría que llamar a un obrero cualificado.
La casita, compuesta por una habitación central con chimenea, un dormitorio, una cocina alargada y estrecha con una puerta a la parte trasera, y un pequeño cuarto de baño, quedó tan acogedora que Javier dio por bien empleados el dinero y el trabajo invertidos en ella.
Se acercaba la hora del traslado y la noche de la inauguración, la primera noche formal que pasaría en la casa de la huerta. No era, por supuesto, la primera. Anteriormente, obligado por las circunstancias, se había quedado a dormir en medio de las herramientas, los sacos de cemento y la suciedad que conllevan las obras. Pero esas noches no contaban. Esas noches eran prolongaciones de su jornada laboral y acababa tan cansado que cerraba los ojos en cuanto se echaba en la cama.
El cuatro de noviembre, aspirando el olor a tierra mojada tras las recientes lluvias, Javier recorrió el camino que discurría entre olivos, y del que partía otro en declive hasta la huerta.
Bajó la cuesta, se detuvo ante la cancela y la abrió. Una vez dentro, volvió a cerrarla corriendo el cerrojo y echando el candado.
Aparcó el coche en el rellano que había al lado de la casa, junto a las pitas de las que emergía un alto bohordo, un estilizado candelabro vegetal de numerosos brazos.
Las tardes otoñales eran cortas y ésta lo sería más, pues el cielo estaba nublado. De vez en cuando caían cuatro gotas. La noche, que tan profunda era en el monte, prometía ser lluviosa y negra como la tinta.
Para la cena había traído una botella de rioja que descorcharía para celebrar el estreno de la casa. Un tinto de color cereza y destellos de rubí con el que brindaría por su nueva vida.

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