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Posts Tagged ‘el Océano’

17

Los dos amigos marchaban a buen paso, flanqueados a su derecha por la poderosa presencia del bosque de Tuum. Reinaba un silencio tremendo que ellos se abstuvieron de romper, conscientes de la banalidad de cualquier comentario.

Los dos, a la vez, se sintieron atraídos por un roble barbado, por un milenario habitante cubierto de musgo y de líquenes. A su alrededor crecían los helechos. Había tantas tonalidades de verde que los muchachos se pararon y observaron el árbol de tronco inclinado por el peso de la edad. Berruecos abollados formaban un promontorio en las inmediaciones. Varias rocas parecían haberse escapado del amontonamiento y yacían esparcidas. Una de ellas, con forma de huso, estaba tan cerca del roble que lo tocaba, como si hubiese rodado en su ayuda para evitar que cayera completamente.

Hemón dijo: “Debe de ser el más viejo del bosque”.

El Roble agradecía la calidez de los rayos de sol como un reumático al que aplican una cataplasma de mostaza para aliviar sus dolores. Sus verdes se iluminaban y teñían de amarillo-rojizo, adquiriendo el conjunto una belleza insospechada.

Robusto, de copa ovalada, el Roble recordaba una gigantesca sombrilla volcada a medias por el viento.

Ambos amigos se sobresaltaron cuando oyeron una voz próxima y remota, un sonido ronco que no podía ser calificado de humano, una declaración que en la quietud de ese momento retumbó majestuosa.

“El árbol más viejo es el Tejo de Dewe”.

El follaje del Roble se agitó a pesar de la calma absoluta.

Antes de que les diese tiempo a reponerse de su asombro, el árbol habló de nuevo a los muchachos.

“En su tronco abierto como un libro están inscritos los ciclos de la vida. Él lleva un registro exhaustivo y meticuloso de las eras y los acontecimientos desde que la Isla surgió del Océano. Pero vive en el interior”.

Edu y Hemón, aunque sabían cómo eran los tejos, de los que en el cementerio había algunos, no lograban hacerse una idea de la fisonomía de ese antiquísimo testigo, al que sin duda sería un honor conocer si ello fuera posible.

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9

Ambos amigos paseaban por el patio del castillo y hablaban de las ramas que la tormenta de la noche anterior había desgajado de los árboles.

Sin saber por qué Edu se puso melancólico. Hemón pensó que echaba de menos su isla, y en cierta manera así era.

Edu dijo: “A veces me siento como una de esas ramas arrastradas por el viento”. A Hemón le resultó curiosa la comparación.

“¿Cómo te gustaría sentirte?” “Como uno de esos ríos que nacen en la montaña y desembocan en el Océano” respondió.

Con cierto aire de misterio prosiguió: “Seguramente se trata de volver al lugar en que se encuentra la fuente de nuestra energía, las raíces de nuestra vitalidad, e ir haciéndose cada vez más caudaloso con las aportaciones de los torrentes y de los arroyos”.

Anduvieron en silencio un trecho. Deteniéndose y alzando la cabeza, Hemón dijo: “Si de poder se trata, te contaré algo relacionado con ese tema”.

Edu imaginaba lo que iba a referirle. Él mismo había visto movimientos furtivos en los recodos de los pasillos y en rincones apartados.

Varios aprendices encabezados por Roque habían creado una banda, lo cual estaba formalmente prohibido en Haitink.

Ambos sabían quién podía suministrarles más información, a quién podían sonsacar sin esfuerzo.

Era un muchacho de cabeza en forma de pera. Un charlatán que, cuando se ponía nervioso, tartamudeaba. Se llamaba Mako.

En el refectorio se sentaron a su lado. Hemón, como quien no quiere la cosa, aludió a la banda.

Mako dejó de masticar y, con la boca entreabierta, se quedó mirando a su compañero. Mantuvo unos segundos esa estampa de pazguato antes de reaccionar. Luego esbozó una media sonrisa.

“Su nombre es los Zapadores” precisó Hemón en un tono burlesco.

El otro se picó y repuso: “No os hagáis ilusiones. No entraréis en el grupo” “¿Por qué no? ¿Qué hay que hacer para ser admitido?”.

Adoptando un aire de superioridad, Mako respondió: “Un juramento solemne”.

Les explicó que Roque había descubierto la manera de bajar a una de las cámaras subterráneas. Era allí donde el aspirante, de rodillas en una alfombra carmesí, se comprometía a obedecer las órdenes y cumplir las misiones que se le asignase, así como a aceptar que la banda era más importante y estaba por encima de cada uno de sus integrantes, los cuales se exponían a un severo castigo si la desafiaban o traicionaban.

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4

El castillo de Haitink se alza en una altiplanicie desde la que se divisa el puerto en el que desembarcaron Edu y sus compañeros.

A su espalda, a dos leguas de distancia, se encuentra el bosque de Tuum, conocido sencillamente por el Bosque, a pesar de que en la Isla hay otros, aunque no tan extensos ni tan impenetrables. Su ausencia de caminos es también una característica que lo hace único.

El castillo es el centro neurálgico de la Isla, que está situada en la periferia del Archipiélago, abierta a la infinitud del Océano.

La primera vez que se entra en Haitink se tiene la impresión de ser recibido por un poderoso amo. Allí dentro uno se cree a salvo de cualquier peligro. Pero ese efecto es engañoso, como Edu comprobó bien pronto.

La Isla, con sus campos y colinas verdes, con sus riachuelos plateados y sus rumorosas arboledas, es el sitio ideal para prepararse y alcanzar el grado de Maestro en cualquiera de sus especialidades.

La Isla, en los confines del Archipiélago, garantiza las condiciones del exigente aprendizaje.

Para el gusto de Edu, Haitink tenía demasiadas torres. Hemón no compartía esta apreciación estética.

Aparte de las torres y de las agujas que remataban la fachada de algunos edificios, los extensos subterráneos le producían recelo. Cuando a sus oídos llegaba un nuevo dato, tenía que esforzarse para no manifestar su aprensión.

Las historias en relación con la cripta eran perturbadoras. La mayoría de sus compañeros declaraban estar deseosos de conocer las tumbas que albergaba.

Pertenecían a Héroes cuyas proezas esculpidas en mármol y cuyas estatuas yacentes no despertaban la curiosidad de Edu.

Para él, la cripta era un lugar consagrado a la muerte, donde reinaban el silencio y la oscuridad. Seguramente el polvo depositado a lo largo de los años formaba una espesa capa. Y aunque no fuera así, la frialdad de la piedra desnuda, tal vez húmeda, era suficiente para desalentar al muchacho.

 

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