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Posts Tagged ‘Haitink’

13

Krazer, el Maestro Deshollinador, los llevó a la gran chimenea. Uno tras otro debían colocarse debajo de la campana y mirar hacia arriba.

El ancho tiro, en el que resonaba la más leve ráfaga de aire, era semejante a un eje que conectaba el cielo y la tierra.

Si se concentraban lo suficiente, les explicó el Maestro, se operaría un prodigio. Era importante que controlasen la respiración.

En la antigua cocina del castillo hacía frío. Era un día desapacible.

Durante unos minutos los muchachos permanecieron callados y atentos, observando las gotas de lluvia que se colaban por la boca de la chimenea, sin sombrerete, y se estrellaban contra las losas del hogar.

A una indicación del Maestro, el primer aprendiz se situó en el centro de la inmensa campana, que podía cobijar a un buen número de personas.

El ulular del viento se intensificó. Su larga mano invisible se dejaba sentir en la desangelada cocina, carente de mobiliario y adornos.

Sólo en la repisa de la chimenea, formada por una viga de roble, había tres candelabros de hierro.

Cuando le tocó a Edu, alzó la vista y descubrió, a través de ese gigantesco catalejo invertido, una torre solitaria con escasas ventanas a gran altura.

Se preguntó quién podía vivir en ese lugar. Ese baluarte le produjo desconsuelo. Por nada del mundo se convertiría en el habitante de esa arrogante construcción.

Una vez realizada la prueba, los muchachos fueron por leña y la amontonaron en el hogar. El Maestro Deshollinador encendió un fuego.

El calor entonó los cuerpos y el resplandor de las llamas iluminó los rostros.

Algunos, como Edu, habían vislumbrado la funesta torre. Otros, como Hemón, constelaciones cuyas estrellas dibujaban pavos reales, caballos alados y monstruos marinos.

Krazer tomó finalmente la palabra. Habló de los orígenes de Haitink y de los Primeros Tiempos.

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4

El castillo de Haitink se alza en una altiplanicie desde la que se divisa el puerto en el que desembarcaron Edu y sus compañeros.

A su espalda, a dos leguas de distancia, se encuentra el bosque de Tuum, conocido sencillamente por el Bosque, a pesar de que en la Isla hay otros, aunque no tan extensos ni tan impenetrables. Su ausencia de caminos es también una característica que lo hace único.

El castillo es el centro neurálgico de la Isla, que está situada en la periferia del Archipiélago, abierta a la infinitud del Océano.

La primera vez que se entra en Haitink se tiene la impresión de ser recibido por un poderoso amo. Allí dentro uno se cree a salvo de cualquier peligro. Pero ese efecto es engañoso, como Edu comprobó bien pronto.

La Isla, con sus campos y colinas verdes, con sus riachuelos plateados y sus rumorosas arboledas, es el sitio ideal para prepararse y alcanzar el grado de Maestro en cualquiera de sus especialidades.

La Isla, en los confines del Archipiélago, garantiza las condiciones del exigente aprendizaje.

Para el gusto de Edu, Haitink tenía demasiadas torres. Hemón no compartía esta apreciación estética.

Aparte de las torres y de las agujas que remataban la fachada de algunos edificios, los extensos subterráneos le producían recelo. Cuando a sus oídos llegaba un nuevo dato, tenía que esforzarse para no manifestar su aprensión.

Las historias en relación con la cripta eran perturbadoras. La mayoría de sus compañeros declaraban estar deseosos de conocer las tumbas que albergaba.

Pertenecían a Héroes cuyas proezas esculpidas en mármol y cuyas estatuas yacentes no despertaban la curiosidad de Edu.

Para él, la cripta era un lugar consagrado a la muerte, donde reinaban el silencio y la oscuridad. Seguramente el polvo depositado a lo largo de los años formaba una espesa capa. Y aunque no fuera así, la frialdad de la piedra desnuda, tal vez húmeda, era suficiente para desalentar al muchacho.

 

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2

Una noche en que Edu se despertó con el corazón palpitante y vio a los pies de la cama al Encapuchado, tuvo un acceso de ira.

Si era verdad que estaría a su merced hasta que descubriese su identidad, esa historia acabaría pronto porque iba a desenmascararlo.

La criatura, que actuaba como si conociese las intenciones del muchacho, retrocedió y se colocó en el centro de la habitación, en actitud expectante.

La luz de la vela proyectaba la sombra del Encapuchado sobre la pared, cubriéndola en su totalidad. La razón de esa sombra monstruosa se hallaba en la constitución de quien la arrojaba.

El Encapuchado era bajo y de espaldas anchas. Sus piernas cortas se contraponían a sus largos brazos.

Vestía una túnica saltona, parecida a la hopalanda de los estudiantes, ceñida con un cinturón. Inmóvil aguardó la acometida de Edu.

El muchacho enfurecido se abalanzó sobre él y le quitó la amplia capucha de un manotazo. Debajo había otra que se apresuró a arrancar también.

Tras esta apareció una tercera y luego una cuarta. Cuando llegó a la séptima, la criatura extendió sus brazos y exclamó: “¡Basta!”.

En la cara de Edu se pintaba el desconcierto.

“Así no conseguirás nada. Ni siquiera me he defendido” “¿Quién eres? ¿Un genio, un demonio? ¿Qué quieres de mí?”

“Te quiero a ti. Acabas de tener una prueba de mi poder. Sométete voluntariamente, haz cuanto te ordene y tu vida será más fácil”.

“¿Será vida?” “La única posible para ti” “¿Por qué?” “Donosa pregunta. Recuerda que eres un elegido, y que aceptaste venir al castillo de Haitink en vez de quedarte en tu aldea, con los tuyos”.

“Dijiste” replicó el muchacho “que si averiguaba quién eres, quedaría libre” “Así es” confirmó el Encapuchado al tiempo que abría la puerta, “pero esa tarea te supera”.

Ambos permanecieron frente a frente, el Encapuchado saboreando su victoria, el muchacho tratando de sobreponerse a su desolación.

 

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1

El viento racheado hacía ondear las capas de los muchachos alineados en la borda del barco.

La luz gris del amanecer contrastaba con el verdor de los prados que llegaban hasta la orilla del mar.

Atracaron en uno de los puertos pesqueros. Las calles estrechas y curvadas se entrecruzaban como un damero laberíntico.

Ese no era su destino.

Los muchachos debían seguir su viaje hasta el castillo de Haitink, en el interior de la Isla.

Habían sido escogidos por sus aptitudes. Ninguno era consciente de la responsabilidad que había asumido.

Todos estaban orgullosos de haber sido seleccionados. Todos aspiraban a convertirse en Maestros.

Durante la travesía, a pesar de los mareos, Edu no se arrepintió del paso que estaba dando.

Cuando le rompía el sudor frío y se ponía a vomitar, el objetivo marcado le infundía coraje.

¿No era ese un precio irrisorio por ser él mismo en cualquier circunstancia, por comprender la vida, por contribuir a la buena marcha de los asuntos humanos?

No le arredraban las pruebas que debía superar, ni los estudios ni el esfuerzo físico. Eso constituía un acicate.

Durante su tercera noche en Haitink se despertó sobresaltado, con la sensación de que había alguien.

Encendió la vela y vio a una criatura encapuchada.

“¿No me conoces?” “Descúbrete y te lo diré”.

La criatura, en un tono colérico, replicó: “¿Cómo te atreves a pedirme eso?”.

El muchacho, más que miedo, sentía curiosidad por saber quién había entrado en su habitación a esa hora intempestiva.

Como si le estuviese leyendo el pensamiento, el Encapuchado dijo: “¿Acaso no eres tú quien me ha abierto la puerta?”.

Edu negó tal cosa.

“Estoy aquí porque tú me has llamado” “Eso no es verdad” “Tan verdad como que serás mi servidor si no averiguas quién soy”.

 

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