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Posts Tagged ‘la isla’

17

Los dos amigos marchaban a buen paso, flanqueados a su derecha por la poderosa presencia del bosque de Tuum. Reinaba un silencio tremendo que ellos se abstuvieron de romper, conscientes de la banalidad de cualquier comentario.

Los dos, a la vez, se sintieron atraídos por un roble barbado, por un milenario habitante cubierto de musgo y de líquenes. A su alrededor crecían los helechos. Había tantas tonalidades de verde que los muchachos se pararon y observaron el árbol de tronco inclinado por el peso de la edad. Berruecos abollados formaban un promontorio en las inmediaciones. Varias rocas parecían haberse escapado del amontonamiento y yacían esparcidas. Una de ellas, con forma de huso, estaba tan cerca del roble que lo tocaba, como si hubiese rodado en su ayuda para evitar que cayera completamente.

Hemón dijo: “Debe de ser el más viejo del bosque”.

El Roble agradecía la calidez de los rayos de sol como un reumático al que aplican una cataplasma de mostaza para aliviar sus dolores. Sus verdes se iluminaban y teñían de amarillo-rojizo, adquiriendo el conjunto una belleza insospechada.

Robusto, de copa ovalada, el Roble recordaba una gigantesca sombrilla volcada a medias por el viento.

Ambos amigos se sobresaltaron cuando oyeron una voz próxima y remota, un sonido ronco que no podía ser calificado de humano, una declaración que en la quietud de ese momento retumbó majestuosa.

“El árbol más viejo es el Tejo de Dewe”.

El follaje del Roble se agitó a pesar de la calma absoluta.

Antes de que les diese tiempo a reponerse de su asombro, el árbol habló de nuevo a los muchachos.

“En su tronco abierto como un libro están inscritos los ciclos de la vida. Él lleva un registro exhaustivo y meticuloso de las eras y los acontecimientos desde que la Isla surgió del Océano. Pero vive en el interior”.

Edu y Hemón, aunque sabían cómo eran los tejos, de los que en el cementerio había algunos, no lograban hacerse una idea de la fisonomía de ese antiquísimo testigo, al que sin duda sería un honor conocer si ello fuera posible.

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4

El castillo de Haitink se alza en una altiplanicie desde la que se divisa el puerto en el que desembarcaron Edu y sus compañeros.

A su espalda, a dos leguas de distancia, se encuentra el bosque de Tuum, conocido sencillamente por el Bosque, a pesar de que en la Isla hay otros, aunque no tan extensos ni tan impenetrables. Su ausencia de caminos es también una característica que lo hace único.

El castillo es el centro neurálgico de la Isla, que está situada en la periferia del Archipiélago, abierta a la infinitud del Océano.

La primera vez que se entra en Haitink se tiene la impresión de ser recibido por un poderoso amo. Allí dentro uno se cree a salvo de cualquier peligro. Pero ese efecto es engañoso, como Edu comprobó bien pronto.

La Isla, con sus campos y colinas verdes, con sus riachuelos plateados y sus rumorosas arboledas, es el sitio ideal para prepararse y alcanzar el grado de Maestro en cualquiera de sus especialidades.

La Isla, en los confines del Archipiélago, garantiza las condiciones del exigente aprendizaje.

Para el gusto de Edu, Haitink tenía demasiadas torres. Hemón no compartía esta apreciación estética.

Aparte de las torres y de las agujas que remataban la fachada de algunos edificios, los extensos subterráneos le producían recelo. Cuando a sus oídos llegaba un nuevo dato, tenía que esforzarse para no manifestar su aprensión.

Las historias en relación con la cripta eran perturbadoras. La mayoría de sus compañeros declaraban estar deseosos de conocer las tumbas que albergaba.

Pertenecían a Héroes cuyas proezas esculpidas en mármol y cuyas estatuas yacentes no despertaban la curiosidad de Edu.

Para él, la cripta era un lugar consagrado a la muerte, donde reinaban el silencio y la oscuridad. Seguramente el polvo depositado a lo largo de los años formaba una espesa capa. Y aunque no fuera así, la frialdad de la piedra desnuda, tal vez húmeda, era suficiente para desalentar al muchacho.

 

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1

El viento racheado hacía ondear las capas de los muchachos alineados en la borda del barco.

La luz gris del amanecer contrastaba con el verdor de los prados que llegaban hasta la orilla del mar.

Atracaron en uno de los puertos pesqueros. Las calles estrechas y curvadas se entrecruzaban como un damero laberíntico.

Ese no era su destino.

Los muchachos debían seguir su viaje hasta el castillo de Haitink, en el interior de la Isla.

Habían sido escogidos por sus aptitudes. Ninguno era consciente de la responsabilidad que había asumido.

Todos estaban orgullosos de haber sido seleccionados. Todos aspiraban a convertirse en Maestros.

Durante la travesía, a pesar de los mareos, Edu no se arrepintió del paso que estaba dando.

Cuando le rompía el sudor frío y se ponía a vomitar, el objetivo marcado le infundía coraje.

¿No era ese un precio irrisorio por ser él mismo en cualquier circunstancia, por comprender la vida, por contribuir a la buena marcha de los asuntos humanos?

No le arredraban las pruebas que debía superar, ni los estudios ni el esfuerzo físico. Eso constituía un acicate.

Durante su tercera noche en Haitink se despertó sobresaltado, con la sensación de que había alguien.

Encendió la vela y vio a una criatura encapuchada.

“¿No me conoces?” “Descúbrete y te lo diré”.

La criatura, en un tono colérico, replicó: “¿Cómo te atreves a pedirme eso?”.

El muchacho, más que miedo, sentía curiosidad por saber quién había entrado en su habitación a esa hora intempestiva.

Como si le estuviese leyendo el pensamiento, el Encapuchado dijo: “¿Acaso no eres tú quien me ha abierto la puerta?”.

Edu negó tal cosa.

“Estoy aquí porque tú me has llamado” “Eso no es verdad” “Tan verdad como que serás mi servidor si no averiguas quién soy”.

 

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Poema 5
Tablilla X

Para llegar a su destino, Gilgamesh tiene que salvar las aguas de la muerte. Sólo el dios Shamash ha realizado esa proeza.
Acude entonces al barquero Urshanabi para cruzar ese mar de aguas negras y profundas, de aguas tan peligrosas que debe evitar cualquier contacto con ellas.
Si este primer Caronte de la historia de la literatura accede a su petición, Gilgamesh podrá seguir adelante, pero si se niega, tendrá que regresar.
Por fortuna, el barquero acepta y, tras un viaje que duró un mes y dieciocho días, llegaron a la isla donde vive Ut-Napishtim.
Este hombre y su mujer sobrevivieron al diluvio y los dioses les concedieron la inmortalidad.
Gilgamesh les cuenta sus aventuras y reconoce ante ellos no haber encontrado nada que sea feliz en la tierra. Por último expone su deseo.
Ut-Napishtim se escandaliza de esa pretensión y le pregunta cómo ha tenido la osadía de plantear esa cuestión en la asamblea de los dioses.

Experto batelero
debo cruzar
estas aguas profundas

El batelero ríe
y lo invita a subir
en la barcaza

El batelero ríe
mostrando
su boca desdentada

Poema 6
Tablilla XI

La pintura que Gilgamesh hace de los dioses, es deplorable. La ordinariez de sus modales es penosa, más propia de humanos groseros que de seres divinos. Su comportamiento respecto al héroe varía de la indiferencia a la cólera. Les desagrada que les vengan con gaitas. Ellos van a lo suyo que es banquetear sin descanso.

Los dioses
se enfurecieron
me contemplaron
apenas un momento
comían y bebían
los más benévolos
forzando una sonrisa
mascullaron inanes
palabras

 

 

 
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